Al borde del hastío
yacía un cuerpo en la pradera,
tan vívido e impoluto que asombraba su pesar.
Tan lejos de su destino y tan cerca de su final,
Al borde del desespero yacía la soledad,
tan oscura y dubitativa que generaba malestar.
Tan desesperada y tan prolongada,
tan convulsa lanzando una caña de pescar al lago de lo incierto.
Al borde del camino andaba un sueño,
tan prevenido como siempre y tan expectante del devenir.
Tan emocional como un atisbo del presente,
tan fugaz y tan trémulo como lo que no llegó a suceder.
Al borde del acantilado había una esperanza,
tan inesperada como un rayo en día soleado.
Tan voraz como un incendio veraniego,
tan intempestiva y tan vistosa como las olas del mar.
Al borde de la nada transitaba una acción,
tan comprometida como un nuevo romance
y tan reverente como un nuevo feligrés,
tan decidida como apresurada, pero firme.
Al borde del río trotaba una convicción,
tan lastimada como certera
y tan ilusionada como nueva pasajera,
tan arriesgada, pero segura.
Al borde de los tiempos se levantaba ese cuerpo,
tan entusiasmado reconocía a la soledad como parte del proceso,
tan vital tomaba su sueño, lo llenaba de esperanza
y lo convertía en acción con convicción.
Había transformado a cada borde en un terreno fértil.
Abimelec Velásquez
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