ESPERANZA PERENNE


En lo profundo del alma dormida,
un eco suave despierta, un susurro,
es la esperanza que nunca se apaga,
la luz perenne en tiempos oscuros.

Bajo cielos grises y nubes densas,
cuando la lluvia azota sin compasión,
una chispa se esconde, firme y constante,
la semilla eterna de la ilusión.

Es la flor que crece entre las piedras,
el árbol que desafía al viento cruel,
sus raíces se hunden en la tierra fértil,
y sus ramas se elevan, buscando el sol.

Cuando el invierno pinta su lienzo frío,
y los días se tornan en noche sin fin,
ella se arropa en su manto invisible,
prepara el terreno para el jardín.

Es la esperanza quien vence al miedo,
quien pinta de verde el horizonte gris,
quien con dulzura canta al mañana,
recordando que siempre hay un nuevo día.

Es la fuerza que levanta al caído,
que anima al que desfallece en el andar,
es el faro en medio del mar bravo,
y la fe que nos invita a continuar.

En los ojos del niño, brilla sin cesar,
en la sonrisa de quien sueña aún,
aunque el mundo se rompa en mil pedazos,
ella sigue tejiendo su luz común.

Esperanza perenne, madre del futuro,
guardiana de lo que aún no ha nacido,
tejiendo con hilos de fe y paciencia,
el manto sagrado de lo prometido.

Bajo el manto estelar de la noche,
donde los sueños parecen naufragar,
tu mano invisible toma la nuestra,
y nos recuerda que podemos volar.

No hay tiempo ni sombra que te consuma,
ni viento que apague tu llama fiel,
eres el faro, el puerto seguro,
el abrazo cálido en el atardecer.

En ti confiamos cuando todo parece perdido,
cuando el sol parece haber olvidado brillar,
eres el eco suave de la vida que sigue,
eres esperanza, siempre, sin cesar.

Tu canto resuena en el alma que busca,
en el corazón que aún quiere creer,
que el mañana trae consigo la promesa,
de un mundo nuevo por renacer.

Eres la fuerza detrás de cada paso,
la razón detrás de cada oración,
el puente que cruza el abismo oscuro,
la estrella guía en cada estación.

Esperanza perenne, nunca te apagas,
aunque el dolor intente sofocar,
sigues presente, como un susurro divino,
recordándonos que siempre es posible amar.




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