HACIENDO DE LA REALIDAD BIOLÓGICA UN HÁBITO

La percepción de nuestra realidad y su adecuación a nuestra naturaleza implícita como seres humanos nos hace parte de un todo, nos inserta en la lógica de pensamiento, reflexión y análisis de lo que somos, de nuestra identidad y de nuestra relación con el entorno en el que estamos y nos desarrollamos. Forjar hábitos que se proyecten a partir de esta construcción propia de nuestra identidad y la conformación de una serie de elementos que hacen lo que somos, repercute directamente en todas las áreas de nuestra vida. En la creación de los cimientos que soportan nuestro ser y su sello diferenciador se hallan los eslabones que dan carácter y sustancia a lo que nos define y nos inserta en las dinámicas sociales y culturales bajos los cuales se estructura la comunidad en la que vivimos.


Como seres humanos, que a su vez somos seres sociales y que hemos aprendido a través de parámetros ligados a la imitación de lo que observamos, analizamos y comprendemos de nuestro entorno, llegamos a un punto en el que se propician cada vez más y más lineamientos de conducta que se ajustan a contextos específicos y coyunturales que desembocan en escenarios de coerción o libertades, en los que a través de hechos vividos o asimilados, nos sumergimos en prácticas, dogmas e ideologías que se sujetan a esas nuevas dinámicas a las que antes no dábamos tanta importancia. La contingencia global por el coronavirus es, sin lugar a dudas, el ejemplo más claro y preciso para entender en mejor medida como a raíz de eventualidades como esta, nuestra realidad biológica forja la necesidad de formar hábitos que vayan en pro de esos nuevos estándares y estilo de vida.


Hoy en día el uso de mascarillas, el lavado de manos y el distanciamiento social son puntos básicos y elementales que han debido obligatoriamente convertirse en hábitos. Cuando se nos informa que nuestra propia presencia en este plano esta condicionada por el correcto uso de estos hábitos, entendemos que esta nueva normalidad implica un respeto por nuestra vida, pero también por la de los demás. Aspectos que antes dábamos por sentados, son ahora espacios cruciales para entablar diálogos y conversaciones sobre el rumbo de nuestro mundo, el sistema de ideas que teníamos preconcebidas y el propulsor de un valor social que conlleve a una consideración constante por el otro. Más allá del tema de salud, que es primordial, estos hábitos que hemos forjado con premura y por necesidad, deben guiarnos hacía un espacio abierto de reflexión en el que entendamos que todos somos importantes, que el bienestar de uno, nos debe importar a todos, que no solo somos individuos, somos también una sociedad que debe seguir haciendo frente ante situaciones como esta y potenciar así mecanismos de protección más amplios y que cobijen a todos en equidad y totalidad.


Al momento que damos importancia a lo que debe ser verdaderamente importante aprendemos entonces a hacer hábitos que partan de nuestra realidad biológica pero que a su vez comprendan las particularidades del otro. Como seres sociales, somos parte de un todo y el respeto por nuestra individualidad debe también concebir el respeto por el otro, en cuanto asimilemos que su bienestar debe ser de igual forma el nuestro. La consolidación de prácticas que se vuelven hábitos que son fructíferos en el tiempo nos harán no solo mejores personas, sino además seres más analíticos, íntegros y hacedores de cambios benéficos para todos.





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