Se suele decir que los colombianos tenemos mala memoria, a veces damos por sentados hechos de nuestra historia que deben permanecer en el ideario colectivo para que recordemos nuestro pasado y nos encaminemos en caminos más provechosos y que reconozcan los errores previos para avanzar en todo sentido. Uno de esos sucesos que no debemos olvidar es el acaecido en Armero, Tolima.
Tres días de sufrimiento es como se puede definir la angustia y agonía de Omayra Sánchez, una niña de tan solo 13 años que sin desearlo se convirtió en el rostro de Armero, la tragedia que la sepultó el 13 de noviembre de 1985. Esta catástrofe natural originada por la erupción del volcán nevado del Ruiz, que mezclado con los ríos aledaños creó una corriente de lodo que arrasó con todo a su paso, dejando más de 25 mil víctimas mortales. Sí, 25 mil, no 2 ni 3. Estamos hablando de cifras colosales.
Este fue un suceso que impactó a todo un país y traspasó fronteras dándose a conocer en varios países del mundo, quedando en evidencia la negligencia del gobierno colombiano, ya que esta tragedia como muchas otras pudo haberse evitado, el gobierno tenía de antemano información sobre la actividad volcánica de la región, sin embargo, desoyó las advertencias y dejó librado a su suerte a los habitantes del pequeño pueblo, que fueron tomados por sorpresa.
Cuando los rescatistas llegaron al lugar se encontraron a Omayra Sánchez, quien se encontraba atrapada entre los escombros de su propia casa, con el agua al cuello y con los cuerpos de sus familiares fallecidos debajo de ella, allí permaneció durante tres días ante la vista de los presentes que intentaron sacarla y salvarla con técnicas ineficientes, algunos sugirieron amputarle las piernas para sacarla, pero era una solución que no ayudaría de mucho, al contrario, agravaría la situación de la pequeña, la solución más racional era la de usar una moto-bomba que se encontraba en Medellín, y por la tardía búsqueda de esta, Omayra ante la mirada de impotencia y tristeza de muchos, cerró sus ojos para siempre.
Omayra era una niña que venía de una familia humilde y de pocos recursos, pero si ella hubiese sido de una familia de un estrato económico más alto o hija de alguna persona importante de la época probablemente la historia hubiese sido diferente.
Este triste acontecimiento nos sirve para reflexionar, recapacitar y a no repetir la historia, debemos ser empáticos con nuestros semejantes, sin importar su procedencia étnica estrato económico, etc. Todas las personas tenemos el derecho a la vida y hay que tratar de actuar lo más rápido posible y con las soluciones más acertadas cuando se trata de salvar la vida de un ser humano.
Pareciese que omitimos que en este país del sagrado corazón siguen existiendo volcanes y que la posibilidad de una próxima gran erupción no es descabellada. Llámese Nevado del Ruiz, Galeras o Puracé, cualquiera de estas estructuras geológicas podría potenciar su actividad y provocar tragedias símiles a la que titula este artículo.
Ojalá tanto el gobierno como la sociedad civil ejecute de forma contundente estrategias que coadyuven a un mejor manejo de estas eventualidades que afectan a muchos y necesitan mejores acciones y procederes idóneos. Roguemos al cielo para que el caso de Omayra no se repita y más madres no deban llorar por el sufrir de sus hijos y de la misma forma más familias no queden separadas para siempre por la voraz fuerza de la naturaleza. En Colombia necesitamos más actos de precaución, en cualquier momento una tragedia así podría repetirse.
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