Recibir la notificación de una entrevista de trabajo en los tiempos que corren en un país como Colombia es casi como ganarse la lotería. Bueno seamos más sensatos, quizás la verdadera lotería sea conseguir el empleo, la entrevista puede ser el tiquete de entrada. Pero pasar la entrevista y ser citado dos días después a una inducción a las 7 a.m. y llegar tarde es apagarte a ti mismo la llama de la posibilidad de esa permanencia deseada. Tener que presentar una malla curricular esa misma mañana y vivir en una ciudad en la que exactamente ese día se declara sin moto es ensimismarse en la desdicha. Si tu impresora está dañada y para imprimir solo debas salir esa mañana rogando a la providencia encontrar algún negocio abierto es otro causal más de amargura. Pareciese que todo se acumulase para hacer de tu día una verdadera melancolía.
Quedarte toda la madrugada previa redactando un documento hasta las 2am y tener que despertar una hora y media antes de las 7 para llegar a tiempo no es la molestia más contundente, lo es la dificultad de al despertar no encontrar sitio donde imprimir, además de ser día sin moto y por ello llegar tarde. Pareciese una conspiración o simplemente mala suerte cuando se consigue la esperanza de concretar un empleo. Al encontrarme desesperado empiezo a caminar en búsqueda de alguna papelería, hallo una que apenas está abriendo, enciendo el computador que me asignan y ruego al cielo que se apure. Inserto mi pendrive, abro el archivo y le doy a imprimir, finalmente imprimo mi documento, salgo corriendo del lugar y al ver que no hay transporte y el sitio de trabajo no es lejano decido seguir a pie, sí, caminando. Finalmente llego, lo hago con mi documento en mano, sudado y cansado. Cuando al llegar me dicen que se quedarán con mi número y me llamarán después nace en mí esa resignación inmediata que me asegura no me llamarán y la vida sigue.
En honor a la verdad hay que decir que yo hubiese hecho lo mismo. El empleador no tiene porqué saber mi situación, mi contexto, ni mis excusas deben valer lo suficiente en un momento como ese. Mi impuntualidad fue sancionada y yo acepto el castigo. Por supuesto que llega a mí el pensamiento que me dice que se presentaron tantos factores a mi alrededor, pero no dejo de echarme la culpa. Si llego tarde a una inducción es obvio el temor por si lo hiciese al empleo ya con contrato firmado. Yo mismo dañé mis opciones con esa falta de respeto tan grande al tiempo de los demás. Merezco el castigo y merezco el reproche, aunque este último no se me dio. Quizás si hubiese llegado sin el documento impreso y lo hiciese conforme avanzase el día y las papelerías cercanas al sitio de entrevista abriesen, todo sería diferente, o quizás hubiese enviado el documento vía e-mail esa misma madrugada y poner de excusa visible que no hallaba dónde imprimir tan temprano (eso sería un sustento más valedero y no me permitiría llegar tarde). Quizás hubiese terminado más temprano y no en la madrugada y salir así a imprimir tarde en la noche (con más posibilidades de encontrar algo abierto) el documento aunque esto le restase calidad por la rapidez de concluirlo, en fin, muchas cosas pasan por mi cabeza. Pero lo cierto es que lo hecho está hecho.
La impuntualidad daño mi día, mi oportunidad de emplearme y mis esperanzas por un tiempo. Quizás la experiencia me sirva para estar más atento con los horarios, el calendario de días sin moto en mi ciudad y arreglar o cambiar mi impresora. De todo se aprende algo, supongo que no me volverá a pasar, pero a veces siento que la desdicha me acompaña y eso puede sugestionarme, así que mejor pienso en positivo y en cuentos de hadas. Me voy a empoderar, como está de moda en los más recientes años de este siglo XXI.
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