“Un trueque lastimero” nos muestra la avaricia humana, el deseo incontrolable por el oro, la idea de dioses y semidioses y lo más notable: el peso de los recursos naturales como el agua. Es un capítulo del libro "Relatos de la conquista de América" del escritor colombiano Gonzalo España. Se habla de trueque lastimero porque el jefe español Juan de Ayora cambió todo el oro que había robado a los indios a cambio de agua ya que el y sus hombres se encontraban sedientos, hambrientos y cansados por el inclemente sol. Al final sus hombres se quejan por su decisión y quedan sin alimento, sin fuerzas y sin riqueza.
Personajes
Juan de Ayora: aguerrido, sanguinario, sediento, hambriento e imprudente.
Cacique Toragre: sensible, fuerte, amante de su pueblo, estratega y audaz.
Cacique Natá: fuerte, dueño de tierras, aguerrido, poderoso y aguerrido.
Soldado flamenco Rusinque: estratega, inteligente, conocedor, audaz y fuerte.
Niña doncella: dulce, inocente, tierna, linda y se presume que era la hija de Toragre.
Anciana: sabía, mujer inteligente, conocedora, de gran edad, se presume que era la madre de Toragre.
Resumen de "Un trueque lastimero"
Juan de Ayora y sus casi 700 hombres ingresan al istmo de la hoy Panamá. El cacique Natá se hincó de rodillas y les dio perlas de todo tipo, creyendo que eran dioses. Los llegados prefirieron los adornos dorados que tenían en orejas y narices los indios, así que estos se lo entregaron todo creyendo que de ellos se alimentaban estos dioses. Ayora, se aprovechó, hizo cara de hambre y le señaló al cacique, en pregunta, donde había más, este lo llevó al rio donde había oro en gran cantidad.
El soldado flamenco Rusinque, quien buscaba una mariposa de oro termina hallando el preciado metal al desfondar sin querer una tumba en la que se hallaba mucho oro. Empezaron a sacar los cuerpos de las tumbas, esto molestó a los indígenas y se acabó la bienvenida, los españoles decidieron hacer lo mismo en todas las localidades de veraguas y llenaban sus caballos de oro, aunque ahora por ser tanto sus jinetes cambiaban de lugar para que los caballos cargaran las riquezas. La confederación de los 19 caciques de Veraguas se enojó. En adelante no hubo paz y había españoles con flechas en sus carnes, contusiones y huesos dislocados. Esto se había vuelto algo sangriento. Se acabó la pólvora y ahora los indios se acercaban con más confianza a atacar. Eran capturados los españoles y los indígenas esperaban que muriesen de hambre y sed, estos esperaban que fuese de noche y a hurtadillas salían. Al amanecer fueron encontrados por los indios y lloraron viéndose vencidos. El propio Juan de Ayora lloró e inclinó su cabeza para que no se viesen sus lágrimas. Se retiraron y sin saber ya estaban en los terrenos del cacique Toragre, descansaron en una ciénaga que rodeaba un islote pequeño.
Luego siguieron tierra adentro y llegaron a un caserío indio semioculto en la maleza, todas sus habitantes eran mujeres, la mayoría ancianas y niñas. Eran matronas y herederas de la tribu de Toragre que habían sido llevadas allí para protegerlas de la guerra en Veraguas, curiosamente a ese lugar habían llegado los españoles fugitivos, decidieron bordear el lugar y estar atentos, mataron a una niña doncella. A la mañana tomaron a las mujeres con la amenaza da degollarlas sino se hacía lo que querían. Toragre pide que se haga lo que dicen los españoles y al ver a la niña muerta corre hacia ella y empieza a llorar, realiza una ceremonia luctuosa en su honor por lo que suponen que se trataba de su hija. Ayora ordena degollar a una anciana en el lugar, Toragre regresa y al verla muerta rasga sus vestiduras, parecía que se trataba de su madre, otra ceremonia luctuosa tuvo lugar y la persecución se detuvo.
Ayora siguió matando y Toragre seguía con sus ceremonias llorando a sus muertos una y otra vez. En un momento de la correría llegaron a las tierras del cacique Pocorosa, allí dejaron de matar mujeres pues ya estaban muertas y acabaron con la hierba y el agua. Con tanto calor los fugitivos se llenaron de mucha sed. La preservación de los caballos era lo más necesario con el agua para su supervivencia. Cansados se sentaron a morir, la sed y el sol los quemaba y devoraba. Tenían los labios reventados, sangrantes y la piel cuarteada y ardiente. Los guerreros de las 19 tribus los rodearon, pero no actuaron en su contra. Cada vez que un caballo caía o un fugitivo se quejaba esto causaba murmullos en los indios, era un espectáculo para ellos. Varias mujeres empezaron a repartir agua y parasoles a los indios y Toragre en primera fila veía.
De pronto Ayora le pidió agua a Toragre y el cacique le dio un poco en el cuenco de un coco. Ayora lo tomó con desesperación y ofreció oro al cacique a cambio de una ración de agua. El cacique sonrió y miró a la multitud con aire de victoria, se negó a dar agua a Ayora diciendo que la cantidad de oro era poca, Ayora va por más oro y canjeó toda la petaca por agua, sus súbditos hacen igual cambiando oro por pocas raciones de agua que solo mojaban sus labios. Más de tres días demoró el trueque y el oro retornó a sus antiguos dueños por agua. Cuando la última pieza de oro fue entregada los indios, estos se levantaron y en señal de victoria se alejaron comentando alegres el suceso. Los españoles se hallaban ahora indigentes en el desierto, sin armas, sin caballos, sin comida, sin agua y sin riqueza. Varios empezaron a quejarse de su señor y le gritaban: enhoramala. Consideraron que Ayora actuó con ligereza y precipitud. Todos se quejaron con Ayora por haber hecho ese trueque lastimero.
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